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Luna de Otoño Capítulo I
Ocurrió
al mismo tiempo. Justo a la vez. El timbre del despertador puso fin a
la noche agitada de Luna, quien se incorporó en la cama de un salto y de
una vez. Y así sentada como estaba logró extender su mano y posarla
bruscamente sobre el reloj que día a día era maldecido y que en esta
ocasión había logrado liberarla. Con la misma intensidad con la que hizo
callar al cantamañanas desbocado y tembloroso, Luna se llevó la mano a
la garganta y sintió el latido fuerte de su corazón. Intentó serenarse,
respirar hondo, y con su mano en la cara sintió de golpe la realidad.
Estaba viva. Atrás quedaba su carrera por las calles de la ciudad.
Alguien, un rostro desconocido, la perseguía y ella intentaba zafarse
como podía. No era fácil escabullirse, escapar de esa sombra que la
amenazaba y prolongaba la agonía de una carrera sudorienta y agitada.
"No puede ser" se repetía mientras jadeaba y buscaba algún portal donde
refugiarse. La mirada fija en las paredes, y en la mente el deseo de
encontrar un rincón que la ocultara a ese rostro sin nombre. De repente,
sintió una mano violenta y agresiva sobre el brazo. Y Luna, al mirar
atrás, escuchó el ruido de la alarma matutina y solo supo que se sentó
en la cama. Y ahora, con la mano en su rostro descubría una nueva
mañana. La habitación en orden, pulcra e impecable. La ropa sobre la
silla. Había llegado tarde a casa, muy tarde. Sus amigos se empeñaron y
tuvo que ir. Lo había pasado bien, lo reconocía, pero ahora se
encontraba cansada y aturdida, y la pesadilla la había trastornado aún
más. Sobre la mesa el reloj, el móvil que cada día le daba tantas
sorpresas, su billete, el pasaporte y el bolso de mano. Una breve mirada
a la ventana le cegó los ojos. La luz intensa le acariciaba el rostro y
le devolvía más aún a la realidad. "Llegó el gran día", se dijo a sí
misma y entonces, su mirada se detuvo en el otro extremo de la
habitación hasta que por fin encontró lo que buscaba. Allí estaba,
dispuesta y preparada. Un regalo de su amiga Stella. Lo había hecho en
pago a una ayuda de Luna, quien por más que insistió no logró
disuadirla. Le gustaba el color azul con los remates en rojo. ¿Era piel?
No estaba segura pero en cualquier caso le parecía muy amplia y
profunda. Casi toda su indumentaria estaba en su interior. Le habían
advertido que llevara ropa de verano y que una vez allí encontraría
cosas muy baratas para el corto invierno. Luna repasó mentalmente las
cosas que aún le faltaba por guardar. La bolsa de aseo y su camisón que
apenas si usaba pero que llevaría consigo para guardar apariencias y
evitar escándalos innecesarios. Todo esto traía sin cuidado a Luna.
Pasaba de la gente y sus comentarios pero en su propio mundo, una vez
que volara sobre continentes y mares desconocidos, Luna no podía ceñirse
a sus propias normas y ella lo sabía. Luna volvió a repasar. El
despertador, una rebeca y sus zapatillas. "Aún tengo tiempo", pensó y se
recostó de nuevo. Su mirada se detuvo ahora en el techo. El blanco
inmaculado le proporcionaba mucha luz a la habitación y una sensación de
amplitud. El techo le trasladó a otro mundo aún sin explorar. ¿Qué le
esperaba en Asia? Un contrato la ataba por un año a una realidad
desconocida. Había aceptado el contrato después de pensarlo, no mucho,
por cierto. Estaba convencida de que tenía que cambiar de aires, de
rostros y de situaciones que le habían tejido una red enmarañada de
rutinas, tristezas y frustraciones. Luna se sentía atrapada en una
realidad vacilante e incierta. Y esa realidad la dominaba por completo.
Es más. La realidad la había hecho suya y la poseía. Luna, cansada de
luchar contra ella, había logrado un acuerdo armónico y hasta cierto
punto "justo". Se había adaptado a esa realidad con pocos esfuerzos y
con pocas protestas. "El cansancio", se decía a sí misma siempre, "eso
me ha llevado a aceptarlo todo". Pero no se engañaba, y sabía que otra
parte de su corazón se había acomodado a una situación que hasta cierto
punto le parecía placentera. Tenía un buen trabajo, gozaba del
reconocimiento de los demás y disponía de posibilidades de escalar
nuevos puestos. "En esta jungla, -decía siempre Luna- la supervivencia
se impone, y yo me quiero imponer a ella". O sea, Luna era feliz en el
fondo, sólo en el fondo, porque ella se sabía presa y esclava del mundo
externo que la rodeaba y manejaba a su antojo. Y ahora este paso
adelante, este nuevo contrato, era una gran posibilidad de imponerse a
la realidad, de estar por encima de ella. Por eso, Luna se encontraba
bien consigo misma, pero eso, sólo en el fondo. Era consciente de que no
podía jugar con sus propios sentimientos. Luna sabía que tenía que
poner nombres concretos a lo que estaba viviendo. Se iba, si, pero no
era para cambiar de aires, ni de rostros ni de situaciones. Se iba
porque a su vuelta se encontraría en un nuevo cargo y con un despacho
solo para ella. Un escalafón en la jungla. Un contrato por un año. "No
era mucho tiempo", se consolaba Luna a sí misma. Sentía miedo e
inseguridad ante lo que se avecinaba y justificaba sus temores
convenciéndose a sí misma de que los meses pasan a prisa y en seguida se
encontraría de nuevo en su ciudad de origen. Miró de nuevo el
despertador. Las agujas pasaban lentas. A penas habían transcurrido diez
minutos desde que se despertara. Luna tenía que levantarse pero antes,
tal y como acostumbraba, lo primero era dar vueltas en la cama, algo que
se había convertido en una rutina diaria. En una de estas vueltas el
timbre del teléfono la obligó de nuevo a incorporarse y, de un salto, se
levantó y corrió hacia la sala.
Continuará
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